Lunes, 9 de noviembre de 2020.

Hoy cumplo 33 años, de los cuales he pasado los últimos 18 soñando con ganarme la vida escribiendo, y de cierta manera lo he hecho: soy Licenciada en Letras Españolas y durante casi una década me dediqué a los medios de comunicación.

Trabajé en varios periódicos impresos y digitales. Aprendí a hacer una crónica, una entrevista y un reportaje. Viajé por las intrincaciones de la Sierra Tarahumara, conociendo sobre las etnias que habitan el estado de Chihuahua. Aprendí de política, derechos humanos, educación, medicina, pero sobre todo, aprendí que la tragedia es algo que sucede todos los días de forma inadvertida, en los rincones más inesperados.

Desde entonces procuro entender la vida como una consecución de los días, las tareas y las responsabilidades, para que no pesen tanto y fortalecerme el espíritu con los momentos de placidez y serenidad que ofrecen el silencio, la risa, la amistad, el amor y no menos importante: la lectura y la escritura. 

Ser reportera no solo me formó profesionalmente sino como persona espiritual: entendí que la concepción de Dios depende del contexto en el que nos desarrollemos, pero finalmente siempre tenemos el libre albedrío de creer o no en él y de cómo formulamos esa creencia en nuestra interior. Aprendí a apreciar mis riquezas y entendí mis privilegios, lo cual hizo la vida un poco más ligera, y me ayudó a explorar mis vacíos con más entereza, aunque muchas veces el aprendizaje se negó a llegar a mí a menos que fuese en forma de una decepción o un dolor en el corazón, en el alma. 

Leo el tarot y soy una aficionada de la astrología, por lo que se podría decir de mí que creo en la magia. Pero la magia en la que creo, es la que se encuentra oculta tras símbolos, historias y palabras; la magia en la que creo es la que transforma voluntades, mentes y corazones para perseguir un sueño, pues para ello no solo se necesita inteligencia y tenacidad. 

Hay magia en las palabras: no es una casualidad que en las culturas antiguas, los dioses y diosas crearan vida y muerte con el movimiento de sus labios; o que un conjunto de oraciones pudieran llevar a los egipcios a su estancia final en el mundo de los muertos; o que los antiguos magos buscaran entre pergaminos, el nombre secreto de Dios.  
Pero la magia más poderosa que atestigua un texto es la del amor: las ideas y las emociones se encuentran en un solo lenguaje tras un profundo trabajo de alquimia. Si bien, la mayoría de nosotros tenemos la fortuna de experimentar el amor, todos tenemos formas distintas de demostrarlo: con cuidados, con regalos, con caricias o con palabras. 

La conexión entre las partes del pensamiento y el habla en el cerebro y el corazón es un misterio que pocas personas alcanzan a dilucidar en sus vidas, una aptitud que requiere de mucho trabajo interno, práctica, algo de intuición y habilidad innata. Pero esto no significa que pocas personas puedan disfrutar de unas palabras de amor o que elogien la belleza y las aptitudes propias, al contrario: a todas las personas nos gusta escuchar algo así. 

Creo, sin embargo, que pertenezco a esa raza de seres que investigan en su interior para poder construir algo externo y entregarlo al mundo; los últimos tres años y medio trabajé en una oficina de gobierno, redactando copy para redes sociales, comunicados y discursos, utilizando una herramienta que durante la última década he ido refinando día con día: la de transformar palabras. 

Pero la transformación que ahora atestiguo y de la cual soy una especie de vehículo, tiene otros fines muy alejados del amor. Antes, me sostenía la pasión que despierta el periodismo al ver las penurias e injusticias que sufren las personas, lo inspirador que es ver el coraje con que enfrentan sus infortunios y me gustaba pensar que con mis palabras se podía alcanzar la diferencia. 

La vida de una escribidora (así me dijo un día un poeta de mi ciudad, porque no he ganado becas o concursos literarios), se puede marchitar entre oficios, correos institucionales y discursos políticos. 

El tarot y la astrología me ayudan a resistir, pero definitivamente me hace falta escribir palabras de ternura, me hace falta imaginar la cara de quien lee o escucha. Me hace falta imaginar cómo se pone su piel chinita al leer lo que escribo. 

Sarahí.
Sobre mí
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Fotografía por: Enrique Estrada

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